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nuria
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Cuento higienista

A continuación os copio un cuento publicado en mi libro "Cuentos Naturistas para Niños y Adultos":

SIPNOSIS: Tomé es un niño muy sabio e instintivo que puede ver más allá de los dogmas culturales sabiendo encontrar sin problemas dónde se halla la enfermedad así como la salud pero se sentía muy triste porque no sabía cómo decírselo a sus padres hasta que Andrey le ayudó. Aquí tenéis el cómo.

TOMÉ, EL NIÑO SABIO

Hola Amiguitos y amiguitas. Me llamo Andrey y me encanta hablar y jugar con otros niños. Aunque pienso y siento de un modo muy similar a vosotros los humanos terrestres, mi aspecto es muy diferente pues yo nací en otro lugar muy lejano y a la vez muy cercano a donde habéis nacido vosotros, al planeta Tierra. Nací en la que llamáis Sirio, una estrella muy bonita que podéis divisar ciertas noches. Tal vez penséis que eso es imposible, que no hay vida en las estrellas o que éstas arden tanto que me combustionaría pero aquí estoy yo, diciéndoos que todo es posible, que en los reinos de la fantasía y el amor todo es posible. Tan sólo hay que desear algo mucho y con pureza de corazón, sin egoísmos y, entonces, dirigir nuestro pensamiento hacia ello y... ¡Puf! ¡Ahí está! Ya creaste aquello que tanto deseas... Al principio te costará mucho, tal vez días, tal vez meses ¡A veces hasta un año! Pero si tú no te olvidas de tu deseo y lo tienes presente constantemente, ten paciencia y estate tranquilo que llegará.

Yo nací en Sirio y de allí me dirigí a la Tierra a través de mi padre Tomé.

Tomé es un niño de cinco meses muy, muy especial. Él posee una grandísima e inmensa sabiduría instintiva y esa sabiduría fue la que creó / originó mi nacimiento.

Como casi todos los niños de esa que llamáis sociedad occidental, Tomé había sido vacunado diversas veces de diferentes vacunas. Nunca le gustaron los pinchazos recibidos ni la quemazón que sentía en su interior recorriéndole las venas cuando se las ponían. De muy bebé se lo intentaba comunicar a sus amados padres llorando cuando se las inyectaban o se las iban a inyectar. Sus padres nunca le entendieron pensando que lloraba por el daño del pinchazo; ellos no sabían lo que veía / sentía Tomé y él no encontraba el modo de transmitírselo.

Sus padres le vacunaban porque le querían muchísimo, pensaban que vacunar a los hijos era obligatorio por ley y que le iban a beneficiar mucho las inyecciones. Ellos por entonces, creían que la enfermedad es como la lotería y deseaban evitar a toda costa el que su preciado hijo tuviese mala suerte y contrajese algo, por lo que pensaban que si le vacunaban ya no iba a existir posibilidad alguna de contagio serio o ésta iba a ser mínima pero Tomé no opinaba así. Él sabía que no era así. Tomé es un niño muy especial, de siempre ha podido ver la energía de las cosas y personas, así como el interior de su cuerpo. Sabía que las vacunas no son obligatorias legalmente y que cada vez que se vacunaba, sentía como un río de hielo recorría sus venas intentando llegar al corazón. El ritmo de éste cambiaba y su temperatura corporal interna, también. Él sentía el peligro de las vacunas, todos esos pequeños daños internos apenas o nada visibles en el exterior. Sentía cómo le dificultaba el respirar libremente y cómo su alma se encogía. Su energía llena de luz disminuía tremendamente a cada vacuna inoculada. Sentía la tremenda batalla de su interior donde las células sanas intentaban matar y expulsar lo antes posible a esos seres extraños y dañinos recién introducidos que persisten por muchos, muchos años. A veces, parte de ellos se quedan para toda la vida por lo que Tomé intentaba transmitirles con su llanto a sus padres sus sentimientos. Él no quería ir acumulando cada vez más tóxicos y química en su cuerpo. Él deseaba inmensamente restablecer la paz en su interior de una vez por todas.

Cuando Tomé iba a cumplir los seis meses se asustó tremendamente. Empezó a oír a sus padres que tenían que llevarle a vacunar dos, tres o cuatro veces. Ya no recordaba cuántas pero sí que eran muchas. ¡Y a veces de varias cosas a la vez! Ésas sí que le desagradaban inmensamente y con este inicio, nací yo.

La noche anterior a la primera vacuna, Tomé, muy triste y lloroso, no pudo dormir. Su corazón se sentía afligido por lo que le iba a suceder al día siguiente. Él amaba a su cuerpo, no quería dañarle... En esa noche de insomnio, Tomé miró a través de la ventana y asombrado por la belleza de Sirio le habló:

“Por favor Sirio, ayúdame. No sé cómo decirles a mis padres, transmitirles lo que sé. Ellos me aman mucho y desean lo mejor para mí por lo que sé que en cuanto sepan escucharme me harán caso. Ellos ya no se acuerdan de lo que sintieron cuando de bebés les vacunaron y, ya de niños, perdieron la capacidad de ver su interior, de leer en su cuerpo. Ellos piensan que la enfermedad viene de fuera y que la salud también pero yo sé, yo veo y siento que no es así, que tanto la enfermedad como la salud provienen de dentro. Si no se ha preparado el terreno, no hay posibilidad de que la semilla de la enfermedad germine, por muy en contacto directo que se esté con ella. Sólo con un cuerpo internamente limpio y con Luz puede evitarse la enfermedad y las vacunas ensucian tanto... En cambio, siento que cada vez que como una naranja o cualquier otra pieza de fruta o ensalada de vegetales crudos mi cuerpo se limpia e ilumina internamente, así como los días en que como muy poco o nada. Cada vez que actúo así, consigo eliminar un poco de todo aquello que mancha mi interior, la química de las vacunas, los tóxicos de la comida no frugal... Expulsando de mi cuerpo todos esos mocos que dañan mi sangre, mi cerebro y mis intestinos, no permitiendo la entrada y el desarrollo a virus dañinos, a constipados, alergias, cánceres, caries y muchas otras enfermedades. También, de este modo, poco a poco veo que mejoro mi carácter volviéndome más sonriente, tranquilo y cariñoso, menos agresivo, rebelde y llorón. ¿Cómo decirles que con una alimentación basada en frutas y verduras crudas no sólo no podré ponerme enfermo sino que además me desaparecerá toda enfermedad que ya tenga, que no existe mejor medicamento y/o vacuna que una pieza de fruta o un día sin comer?

Ay estrellita, linda estrellita, ayúdame. Enséñame a decirles todo esto a mis padres. Ayúdame a comunicarme con ellos, a que lean en mi corazón.”

El día llegó y con él la vacunación.

Esta vez Tomé no lloró pero se sentía sumamente triste. Al día siguiente cumpliría seis meses y él, como regalo, le ofrecía a su cuerpo un líquido abrasante y agresivo para con su interior y salud...

El brazo donde le pincharon se le empezó a enrojecer e hinchar, así como a la noche comenzó a sentirse un poco mal, a vomitar y tener algo de fiebre.

“No te preocupes amor mío, aquí estamos nosotros para cuidarte” Le decía tiernamente su mamá.”Es la reacción habitual de la vacuna...”

Tomé sabía que aunque mostrase poco su cuerpo (esta vez mucho más que las anteriores vacunas) internamente se estaba dañando muchísimo. Por la noche comenzó a vomitar más fuertemente y a tener diarreas constantes subiéndole la fiebre mientras intrigado observaba a mi madre Sirio. En un momento dado, Sirio leyó en su corazón y decidió ayudarle germinándome a mí. Yo, como un gran foco de luz blanquecina e intensa envolví toda la vivienda de mi amigo y comencé a actuar.

A la mañana, Tomé se hallaba sumamente malito y enfermo. Sus padres muy asustados, mientras se preparaban para llevarle a urgencias, llamaron a la abuelita para comunicarla la enfermedad desconocida de Tomé.

“¿No será por la vacuna? ¡Infórmate bien!” Le dijo ésta despertando la conciencia de Luisa, su hija y madre de Tomé.

Luisa recordó un folleto recogido sobre cierta asociación informativa de las vacunas y les llamó. Allí escuchó anonadada de boca de gente conocedora, todas aquellas cosas que el corazón de Tomé quería comunicarla y muy sorprendida se compró varios libros de vacunas, alimentación cruda y ayunos, comenzando a estudiar.

Aunque el cuerpo de Tomé sufría mucho, éste se encontraba eufórico, pletórico. No le estaban dando ningún medicamento y con ello estaban permitiendo que su cuerpo se regenerase y sanase por completo. Sabía que mi madre Sirio le había escuchado y no podía hacer mejor regalo a su cuerpo que el de enfermar para expulsar lo dañino así como la nueva inquietud y sabiduría de su madre ávida por saber.

Con una tremenda sonrisa y gozo en su corazón, miró a Sirio mientras me decía:

“Gracias, muchas gracias amigo mío”.

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