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nuria
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Parto Natural Domiciliario en Seco (Narración de uno)

A continuación os copio la descripción del parto de mi hija Leila en un rincón del dormitorio de mi casa de por entonces. Sale en mi libro "Vida Libre y Natural"

Tras decidir parir en casa, a los cuatro meses me puse en contacto con la asociación de matronas Génesis. Pasamos una entrevista en la que tratamos precios, modos de actuar, lo que esperábamos unos de otros, etc... y comenzamos a ir los dos a una preparación al parto semanal en la que primero asistíamos a una sesión física en donde se realizaban diversas relajaciones y posturas optativas tanto para la futura madre como para el futuro padre, ayudándote a introducirte en ti misma, seguido de un amplio y bello rato de comunicación interna de la madre con el padre y el bebé, con bases haptonómicas; Más tarde había un tiempo dedicado a la orientación teórico-psicológica para conocer todo el proceso del embarazo y parto natural, así como de lactancia, cuidados del recién nacido y conflictos de pareja e individuales, para acabar con un momento dedicado a las dudas e inquietudes.

Yo me leía todo lo que veía sobre partos, lactancia, embarazo, parto sin dolor... para racionalizar, relajarme y confiar.

En estos cinco meses de preparación especial, se empezó a entablar una relación afectiva y comunicativa con las matronas y sus familias. Periódicamente nos veíamos para observar el seguimiento del embarazo y para cogernos confianza mutua. Vinieron a mi casa y nosotros fuimos a la suya.

Por otro lado, hicimos cinco sesiones de haptonomía para aprender a comunicarnos con el bebé. (En el segundo embarazo, siete meses después, no hice ninguna preparación, sólo seguí leyendo y conociéndome).

Estando de site meses, ambas partes nos comprometimos por contrato escrito dándonos el “visto bueno” mutuo (no se admite este tipo de parto a todo el mundo, hay un estudio físico y psíquico personal para cada familia-embarazada), las matronas dejaron en casa un maletín con todo lo necesario para el día crucial y las expuse lo que esperaba de ellas: intimidad, silencio, tranquilidad y que evitasen intervenir. Comparto plenamente las palabras de Michel Odent: “No se puede ayudar activamente a una mujer a parir. No se puede ayudar en un proceso involuntario. Solamente se puede evitar perturbarla demasiado. (...) La comadrona con experiencia no necesita perturbar la intimidad de la futura madre con tactos vaginales, no necesita comportarse como una observadora. (...) Cuando el hombre se introduce en el parto, éste no se inhibe pues nadie observa, al ser la pareja la que pare y no la mujer. (...) Si el hombre dirige la postura o la respiración, observa y el parto es más largo. (...) Entre la fase pasiva y el reflejo de expulsión surge el miedo y/o la inquietud. Si no hay interferencias en este momento con actos, apoyos u observaciones, todo se acelera. Este momento con un cambio brusco hormonal se denomina miedo fisiológico”.

Quería que todo se desarrollase entre mi pareja y yo, y la matrona simplemente estuviese ahí en el último momento con el fin de que su presencia me diese confianza en mí misma y por si los nervios no permitían la fluidez natural. En los partos animales, si las hembras se sienten observadas, se tornan más largos y difíciles pudiendo rechazar tras estos, la madre a sus crías o actuar más agresivamente. Los mamíferos tienden a parir en soledad no para evitar a los depredadores, cuestión que medio solventarían agrupándose, sino para protegerse de los individuos de su propia especie, de su hiperactividad e inquietud. Si surge algún peligro o aparece alguien de la especie, el parto se para hasta encontrar un lugar más idóneo donde continuar. Si ya está excesivamente avanzado, se acelera para apartarse del lugar lo antes posible.

A las seis de la mañana me desperté con un chasquido entre las piernas (como puede ser el de una rodilla pero notando claramente que no era un hueso o una articulación). Tras plantearme que podía haber roto aguas, fuí al baño, oriné y me limpié sin conseguir aclararme. No sabía si lo que me limpiaba era semen del coito de la noche anterior o líquido amniótico, pues el color, la textura y la cantidad eran similares (al haber pasado la noche, el semen no podía seguir coagulado)- en el segundo parto, rompí aguas dos contracciones antes de nacer Altair-. Fuí a la cama y empecé a controlar las contracciones con el reloj. Seguía sin saber si estaba de parto. Cuando desperté a mi pareja para decírselo, ambos nos echamos a reír ¡Tanta preparación al parto, tanta lectura y ahora no sabíamos nada!. Era todo tan diferente a lo que esperábamos...

Esperaba una rotura de aguas escandalosa, manchando todo el suelo, contracciones irregulares (las mías eran cada siete minutos) y sobre todo insoportables, de retorcerte. A mí me molestaban, sí, pero me parecían muy llevaderas. Mi ser me decía que estaba de parto y, aunque el intelecto apostaba por el no decidimos llamar a la matrona (a tontas y a bobas, entre contracción y contracción, duda y duda, habían pasado dos horas). Le dijimos que estábamos de parto y que tranquilamente fuese “apañando” a sus hijos. Ya la llamaríamos más adelante. Seguidamente hubo un periodo difícil. No encontraba mi postura y por tanto no conseguía centrarme en mí, sintiendo mucho frío y bastante dolor en las contracciones. Recuerdo que me pusiese como me pusiese, no me valía, así como que iba de habitación en habitación, con tropecientas mantas encima, y Juan Carlos detrás con los radiadores eléctricos. Yo tenía pensado parir en la bañera y de una determinada postura. Cuando al fin pude apartar de mi mente lo que tenía pensado y centrarme en lo que sentía-quería en ese momento, me ubiqué en un rincón del dormitorio de rodillas o en la posición del niño(yoga) pero con los brazos hacia delante, en el suelo, sobre una manta y bajo otras dos, con dos radiadores encendidos (el padre, pobre, se asaba de calor). Siempre estaba agarrando la mano de Juan Carlos y valoraba inmensamente su silencio gracias al cual podía concentrarme. Los gatos y perros curiosamente se salieron solos de la habitación y quedaron en la puerta. Me comunicaba mentalmente con mi hija en cada momento, guiándola hacia la luz y dándola ánimos o diciéndola que parase un momento para descansar y, sistemáticamente, se paralizaban las contracciones (para continuar cuando la comunicaba que ya volvía a sentirme fuerte). Visualizaba cómo una pelota de tenis bajaba y subía dentro de mí, yendo hacia el coxis. Permití que mi respiración fluyera. Las contracciones se volvieron completamente llevaderas (en esos momentos estiraba el cuerpo y apretaba la mano de Juan Carlos, cerrando los ojos) y el parto se aceleró. Ya no sentía tanto frío. Cuando creímos conveniente, mi pareja llamó a la matrona pidiéndola que viniese (ella ya estaba de camino) y abrimos ligeramente la puerta para que su llegada no alterase el momento. Cuando hubo llegado, se descalzó para no hacer ruido, cogió sus artilugios del salón, subió, entró en la habitación, hizo un gesto al padre para saber si todo iba bien, se sentó en un extremo del cuarto y se dispuso a esterilizar sus aparatos.

Defequé un par de veces, y entre la matrona y el padre, repusieron la toalla sucia situada sobre la manta, debajo de mí.

Seguidamente, Anabel vino a mí, me dijo que lo estaba haciendo muy bien, que me abriese como una flor. La niña tenía una vuelta de cordón al cuello y al brazo, otra a la pierna, más un nudo en dicho cordón, por lo que el expulsivo propiamente dicho duró hora veinte minutos en vez de diez-treinta como en la mayoría de los partos. Leila asomaba la frente para introducirla después una y otra vez. Escuchábamos con constancia la frecuencia cardíaca del bebé y, continuamente, tras comentar que el bebé estaba bien, Anabel preguntaba por mis fuerzas (que eran bastantes pues conseguí meterme en mí misma). Como había veinticinco minutos en coche al hospital más cercano, a partir de cierta frecuencia cardíaca, nos hubiésemos ido a que saliese con fórceps, para evitar el sufrimiento fetal.

La niña nació, la matrona la “desenroscó” mientras yo la cogía y, Juan Carlos, sentado tras de mí, con sus piernas en mi derredor, nos abrazó. Leila no lloró, únicamente gimió, miró y me sonrió. Estaba completamente limpia, llena de lanugo o vermix, una grasa blanca que no limpiamos para que luego la reabsorbiese su cuerpo. También salió sin apenas manchas en su cuerpo. Normalmente en los partos naturales los niños nacen con menos manchas corporales. Enseguida se puso a mamar. La prolactina es la hormona que estimula la lactancia y ayuda a la maduración de los pulmones del bebé. Cuando el cordón umbilical dejó de latir, Juan Carlos lo cortó y nos quedamos así, disfrutando del momento. Por supuesto no introducimos tubos aspiradores en las narices de Leila ni la echamos colirio en sus ojos. Para nosotros esos actos los vemos como terapias sistemáticas sin sentido, terapias a aplicar sólo de manera cuestionable en caso de haber una complicación con implicación en la zona a tratar (vías respiratorias, pulmones...) La matrona nos hizo fotos (yo quería fotos del parto y ni me acordé, a parte de preferir que Juan Carlos tuviese su mano a mi disposición plena).
Más tarde, tras hacer el test de Apgar sin quitarnos a la niña, nos dejó solos. No se la inyectó vitamina K pues al estar en todo momento con nosotros, no había problemas de desangre pues en caso de ocurrir algo nos daríamos cuenta enseguida y, por supuesto, llegaríamos al hospital antes de 24 horas desde el inicio, tiempo suficiente para inyectarla la vitamina y parar la hemorragia. No se pesó hasta pasada una semana (los bebés, tras una primera bajada de peso, vuelven a coger el mismo que al nacer a la semana aunque según ciertos estudios, uno de cada tres no pierde peso ni engorda) y con una pesa cálida, sin que la niña llorase. Sólo la dábamos pecho, nada de agua ni infusión ni otra cosa, no la bañamos hasta pasados unos cuantos días y, por supuesto, no la vacunamos de nada, tan sólo la abrazábamos y amábamos. La prueba del talón, si quieres hacérsela, se la puedes hacer a los 7-10 días.

Anabel apareció con comida, de la que disfrutamos como en una fiesta íntima y especial.

No me desgarré apenas, únicamente tenía dentro de la vagina tres cortes de piel de aproximadamente medio-un centímetro, como los que te puedes hacer en un labio de la boca. Sabía de su existencia porque Anabel me lo dijo; no me escocían ni me molestaban, tampoco al orinar. A los dos o tres días ya se habían cerrado. Los desgarros vaginales son muy inusuales cuando la mujer está inclinada hacia delante en las últimas contracciones.

Editado por nuria en 13/05/2011 - 03:37

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