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"ANDREA Y MARTA EN EL PAÍS DE LOS INSECTOS" (Completo)

 

SINOPSIS:

Andrea y Marta son dos hermanas que temen y repelen mucho a los insectos. ¿Los temen de verdad? Algo sucede en ellas que transforma por completo su visión. ¿Qué será? Abre el cuento y lo verás.

 

HISTORIA:

Había una vez dos hermanas dulces como el néctar de una flor cuyos nombres eran Marta y Andrea. Ambas se encontraban de acampada con su padre en una fiesta encuentro que organizaba el instituto donde él estudiaba.

Estando sentadas en el suelo comiendo, una garrapata se subió por la pierna izquierda de Marta quien se puso muy nerviosa. Se levantó de un brinco y llamó a gritos muy alarmada a su padre. Aunque éste estaba sentado a su vera, no paraba de nombrarle una y otra vez muy excitada. Alberto, su padre, acudió raudo y veloz a rescatarla del tan temido insecto como si fuese un príncipe medieval salvando a su amada princesa de las fauces de un inmenso dragón.

Poco después de la cena se despejó un lugar con sillas en su derredor donde se dispuso todo para dar comienzo a un animado baile en donde todos iban a poder volcar, al son de la música, todo el amor que había en sus interiores. Los focos se encendieron y... la música comenzó. Marta y Andrea se sentaron junto con su padre  en las sillas de primera fila. Constantemente se dirigían diversos insectos voladores a la luz de los focos (luciérnagas, polillas, coleópteros, mariposas...) Andrea, muy sorprendida, dijo a sus acompañantes:

- Anda papá, ¡mira! ¡Qué de mosquitos!

- Sí, es verdad, está lleno de mosquitos. - Contestó Marta mientras su hermana se apartaba bruscamente con la mano una polilla posada sobre su camiseta -

Estas dos hermanas tenían por costumbre llamar mosquito a todo insecto volador, repeliendo su contacto. Sus comentarios debieron de ser escuchados en lo más hondo de la tierra pues no se sabe cómo pero apareció ante ellas una ninfa de los bosques con su melena rizada llena de mariposas. En cuanto nuestra bella ninfa posó su mirada sobre las dos hermanas, un inmenso escarabajo apareció sobre su sencillo vestido. Con gran dulzura y amor, la ninfa recogió el escarabajo instalándolo sobre la palma de su mano derecha mientras con un gesto instaba a Marta y Andrea a que se acercasen a observarlo de cerca. Resultaba tan sorprendente la perfección de su constitución... Sus patitas, las antenas, los ojos, el vientre, las alas...

La ninfa acercóles el escarabajo con el alegre deseo de que lo acariciasen si querían pero las niñas no se atrevían. Cualquier animal o insecto les provocaba un profundo respeto acompañado de cierto temor o recelo. Desde luego, no resultaban seres agradables para nuestras protagonistas.

Con todo su poder de persuasión, nuestra ninfa las mantuvo cerca del escarabajo y les dijo que podían pedirle un deseo. Las dos hermanas no se lo creían pero con los ojos abiertos de par en par tampoco se apartaban. Era como si estuviesen midiendo la veracidad de las palabras de la ninfa.

     - Venga, en serio. Podéis decirle que queréis ver a un duende, que os muestre su casita, que queréis que se haga vuestro amigo y os presente a sus hermanos... Lo que se os ocurra. - Instó la ninfa -

     - ¡Pero yo no sé cómo hablarle! - Dijo una de las hermanas -

     - Así, mentalmente, o en voz alta, como quieras. Tan sólo has de abrir tu corazón, pensar en el escarabajo, mirarle y decir dentro de tu mente como si te hablases a ti misma todo aquello que deseas comunicarle.

     - ¿Pero él me entiende? ¿Sabe lo que le digo?

     - ¡Pues claro!. Los animales saben leer en tu interior y comprenden perfectamente nuestro lenguaje. Lo importante es que abráis vuestros corazones.

Marta y Andrea instantáneamente cerraron los ojos y mentalmente pronunciaron sus susodichos deseos al escarabajo.

Marta decide pedirle que le cuente al duende que le gustaría verle alguna vez mientras Andrea le pide al escarabajo volverle a ver por la mañana. Tras estas peticiones, los ojos de las niñas miraron con otra dulzura al diminuto animalito. Una barrera se había roto entre ellas y él. Con suma suavidad, extendieron sus manitas solicitando con este gesto a la ninfa que les posase el escarabajo. ¡Qué agradable resultaba sentir sus patitas haciendo cosquillas en las palmas!. El escarabajo en ningún momento dudó de ellas manteniéndose con plena calma de una mano a otra ante las atónitas miradas de las dos hermanitas. Tan confiado y recogido se sintió que decidió entregarse por completo a las muchachitas durmiéndose en ambas manos. Por cada minuto que pasaba, las niñas abrían sus corazones mostrando toda la ternura y dulzura que se hallaba en sus interiores, abrazando con todo su amor a ese frágil insecto posado con entrega total sobre sus cuerpos. Era como si el escarabajo hubiese echado raíces sobre las suaves manitas, como si su alma circulase por la corriente sanguínea de ambas niñas.

En un momento dado, después de escuchar lo que la brisa le quería decir, el escarabajo echó a volar. A su paso por los cielos comunicaba a toda polilla y mariposa con la que se cruzaba que esa noche había comulgado con dos nuevas hermanas.

Ante las voces del escarabajo, las polillas y mariposas quisieron ir a conocer a esas dos niñas tan cariñosas revoloteando a su alrededor y posándose sobre ellas.

Cada vez que una mariposa se posaba en el suelo de la sala de baile corriendo el riesgo de ser pisoteada, Marta o Andrea salían raudas a su rescate. Extendían su dedo índice y llevaban a la mariposa a otro sitio a resguardo seguro.

Ya era tarde por lo que Alberto decidió que era buen momento para irse a dormir. Cruzó su mirada con la ninfa del bosque quien, algo apartada, había permitido que las niñas se reconciliasen con el escarabajo y los diversos insectos voladores que rondaban por el derredor. Las niñas intercambiaron con ella unos intensos y sentidos besos y se introdujeron en su tienda con una gran paz interior. Esa noche cerraron sus ojos con la ilusión de una nueva vida llena de color.

Curiosamente, tanto Marta como Andrea tuvieron el mismo sueño. Soñaron que iban al país de los insectos. Allí todas las arañas, garrapatas, hormigas, moscas y mosquitos hicieron un frente contra ellas apabullándolas con gestos y sonidos diversos. El corazón de las dos hermanas se encontraba tremendamente desolado. Habían aprendido a amar a esos animalillos tan variopintos y simpáticos que ahora las rechazaban muy acaloradamente. Tenían tantas ganas de jugar con ellos... Eran tales sus sentimientos de impotencia... En sus sueños, aparece la ninfa de los bosques y pregunta el porqué de tanto griterío. Una hormiga, muy altanera ella, da unos pasos al frente y con voz un tanto irritada comunica sus sentimientos a la ninfa:

     - Muchos son nuestros compañeros dañados o muertos por la crueldad de estas dos niñas que, sin compasión alguna, han dañado multitud de patas y alas a nuestros hermanos, aplastando a otros tantos. No son gente de fiar y se han introducido en nuestro país con gran riesgo para nosotros. No pienso permitir que sigan siendo así de desconsideradas para con nuestro pueblo. Gracias a nosotros sus pieles se hallan más limpias, así como el suelo que pisan. Gracias a nosotros pueden escuchar cada mañana a los pájaros trinar. ¡No es justo!. Solicito que se las expulse de estos lares inmediatamente por el bien de la hermandad.

     - ¡Eso, eso!. ¡Muy bien dicho! - Gritaban muchos otros insectos -

Las voces fueron acalladas repentinamente con un gran chirriar sonoro proveniente de la puerta Norte. Lentamente un gran escarabajo acompañado por una polilla se abrió paso entre los diversos animalillos e interponiéndose entre la muchedumbre y las hermanas con voz firme uy pausada dirigió a la ninfa del bosque las siguientes palabras:

     - Pedimos audiencia a su señoría. Deseamos que todos los presentes abran sus oídos a nuestras palabras. Es cierto que tanto Marta como Andrea han agredido muchas veces a nuestros camaradas pero también es cierto que todo eso forma parte del pasado. Hemos venido aquí para interferir en sus nombres y solicitamos abráis vuestros corazones y miréis más allá de vuestros caparazones humanos, que miréis en la luz de su interior. ¿Qué veis?. Nosotros estuvimos en la palma de sus manos y no sólo fuimos respetados sino también amados y adorados. Grande es el corazón de estas dos niñas que con inmensa ternura rescataron a muchos de nuestros compatriotas de ser pisados. Solicitamos abrir las puertas del Templo de la Vida a Marta y Andrea para juntos poder transmitir nuestro mensaje de paz, respeto e interacción a otros niños. Apartad el pasado. Vivid el presente, el Aquí y Ahora y, con ojos sinceros, leed en sus almas y luego decidid.

Un respetuoso y casi místico silencio invadió la sala. Cada uno de los presentes observaba detenidamente a las dos hermanas primero para luego cerrar los ojos un rato y abrirlos dirigiendo sus miradas expectantes a la ninfa de los bosques. Ella ya había tomado su decisión pero no quería hacer partícipes a todos de ella hasta que no sintiese la Unidad entre todos los presentes. Una vez pudo haber leído en las mentes de todos los que allí se encontraban sus pensamientos más profundos, extendió los brazos y, de puntillas, alzó la barbilla mientras decía tan sólo una palabra:

     - ¡Fiesta!

Un inmenso alboroto lleno de júbilo invadió la sala y a todos sus presentes. La palabra fiesta significaba ni más ni menos que la aprobación de Marta y Andrea en la hermandad del País de los Insectos. Había que celebrarlo así que unos cogieron lo que tenían a su lado (palitos, piedrecitas...) e hicieron pequeños instrumentos de percusión improvisados comenzando con ellos la música. Otros emitían sonidos guturales (voces) y otros aplaudían o taconeaban con sus alas o patitas. Los demás, comenzaron a danzar en derredor de las hermanas llenando a éstas de una alegría infinita. Eran las reinas de la fiesta. En ese momento se habían convertido temporalmente en reinas del País de los Insectos, Diosas salvadoras de todos aquellos seres diminutos, minúsculos e indefensos que los humanos mataban o aplastaban cruelmente. Jamás anteriormente habían podido siquiera imaginar que en los insectos hay tanto sentimiento, que los insectos sienten el amor, la alegría, la rabia, la impotencia, el miedo y el dolor igual que ellos...

Amanecía. Suavemente, sin premeditación ni falta de que alguien lo dijera, los ánimos fueron siendo relajados. La música se volvió más baja y lenta y los diminutos seres fueron dejando de bailar expectantes. La ninfa del bosque se alzó sobre todos ellos y con un pequeño y austero cofre de madera tallado muy rudamente se presentó de frente ante Andrea y Marta. Abrió el cofre y sacó dos corazones de oro del tamaño de una uña de la mano de las niñas. Los corazones, por un lado tenían grabados un sencillo relieve con la forma de un escarabajo y, por el otro, el de una polilla.

Los ojos de Marta y Andrea se llenaron de luminosidad. Dieron un paso al frente y, con suma delicadeza, acogieron cada una un corazoncito en sus tiernas manos mientras la ninfa les daba en representación de todo el pueblo, un beso a cada una en la frente. Curiosa sensación tuvieron nuestras amiguitas. Sintieron cómo una dulce corriente de amor penetraba a través de sus frentes, se introducía en el fluido sanguíneo y recorría todos sus cuerpos, llenándolos de una paz infinita y muy, muy profunda.

     - ¡Que estos corazones sirvan como símbolo de todo nuestro pueblo y a través de ellos podáis invocarnos siempre que queráis!. Decía con firme voz la ninfa. El austero cofre es nuestro cuerpo material. El preciado metal de su interior, nuestro valioso espíritu.

En esos momentos,  Alberto (el padre de Marta y Andrea), abrió la cremallera de la tienda de campaña para salir mientras a través de la abertura entraban los infinitos rayos de sol en su interior, acariciando cálidamente las caras de las dos hermanitas. Estas se despiertan al unísono, primero con cara de alegría por sus sentimientos internos, luego con cara de tristeza al ver que todo había sido un sueño. ¿Un sueño?. Al instante abrieron sus pequeñas manitas y ¿Qué encontraron allí?. Pues cada una tenía un corazoncito de oro del tamaño de una uña con un grabado sencillo de un escarabajo por un lado y de una polilla por el otro. Sus labios esbozaron una tremenda sonrisa y sus miradas cómplices se encontraron. En esos instantes, a sus pies se paseaba confiado un escarabajo. Marta y Andrea observaron con atenta mirada sus andares mientras con una suave voz proveniente de lo más hondo de su ser le decían:

     - Gracias. Muchas gracias.