Capítulo "Deseducarnos para Reeducarnos"

 

Cuántas veces me han dicho
Lo que he de hacer,
Cómo he de ser,
Cómo puedo gustar
Para aparentemente
Ganarme el querer.

Paciencia infinita
La mía y la de la vida
Pues me canta y me grita:
¡Elige tú tu vida!.

Digo deseducarnos porque hablo de borrar todo lo que aparentemente nos han enseñado y hablo de reeducarnos porque me refiero a aceptar todo aquello que ya sabíamos cuando nacimos.

Me resulta muy triste y desgarrador ver cómo se le trata a un niño de tonto o inepto tan sólo porque su lenguaje y necesidades no son similares a las nuestras, porque no sabemos comunicarnos bien, escucharle y comprenderle. Siempre esperamos que sean ellos los que aprendan a hablar, comunicarse, vestirse y comer como nosotros, nunca nosotros como ellos pues se supone que los adultos sabemos y ellos no. Bien, yo he parido dos seres y aún sigo aprendiendo de ellos. Cuando tengo dudas de algo, los observo sin más e intento aceptar, abrirme y aprender a través de su simplicidad, inocencia y frescura. Jamás me parecieron tontos o ineptos, o que no se enterasen de nada. Simplemente no hablan o expresan su interior como yo.

Cada vez tomo mayor conciencia de la influencia que ejerce sobre nosotros toda frase, imagen, mensaje y admonición. La educación recibida, la cultura... Todos o casi todos nuestros actos, pensamientos y sentimientos suelen realizarse desde la inconsciencia y la inercia, desde la rutina, desde las dependencias. ¿Cuántas veces me he pillado regañando o diciendo algo a mis hijos para cortar la conversación a mitad de frase o rectificar nada más acabarla por darme cuenta que en realidad no siento ni creo en eso que estoy diciendo, tomando conciencia de que tan sólo son palabras huecas, vacías? Frases que he oído una, otra y otra vez pero que no expresan mi corazón ni mi ideología. El padre de mis hijos trabajaba dando clases de ajedrez a chavales y muchas veces venía a casa con cierto sentimiento de “impotencia” a la hora de hacer entender a los niños el movimiento del enroque. Cuando ya, en clases anteriores, les has explicado que el rey sólo se puede mover a sus casillas contiguas y que la torre no puede saltar sobre otras piezas, resulta muy difícil hacerles ver y comprender las “excepciones”. Al enrocarse, el rey mueve más de una casilla y la torre salta sobre él. Los chavales, auténticas esponjas, han grabado el mensaje de las clases anteriores no resultándoles compatible con el enroque y negándose, por tanto, a éste. Del mismo modo, la primera vez que me enteré conscientemente de que las escaleras mecánicas del Metro no me podían tragar, me sentí sumamente ridícula. Todavía hoy me cuesta aceptar este nuevo conocimiento. Era ya una adolescente emancipada cuando mi compañero de paseo se reía ante mi insistencia sobre la peligrosidad de dichas escaleras. ¿Cómo no insistir yo en ello cuando tantas veces mis padres, aquellos supuestamente incapaces de mentirme y en los que tanto he confiado en mi vida, me lo habían repetido una, otra y otra vez?

En la escuela también he aprendido todo o casi todo aquello en lo que ahora no creo pero... ¡ay amigo! Aunque tenga claras mis creencias actuales, por mi sangre o en mi memoria celular aún actúan viejas leyes y mandatos como esos que hablan de que el ser humano es omnívoro, que nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos, así como otros que dicen que las vacunas y la penicilina fueron el “milagro del siglo”, sobre la historia mundial vista desde las guerras y el materialismo, sobre la supremacía de la humanidad, sobre cómo ha de trabajarse el campo y los beneficios de la industria agraria y el regadío, etc., etc., etc. Cada frase que oímos se nos queda en nuestra memoria celular. Somos como ordenadores solo que normalmente no tenemos a nadie que nos limpie los datos dañinos que nos bloquean y ralentizan. ¿Y de nuestros actos y dependencias?. Abrimos una puerta, damos besos o decimos “te quiero” por inercia, sin plena conciencia. Tuvo que hacer falta que me fuese a vivir al campo en una tienda de campaña para que me diese cuenta de la libertad que suponía romper con gran parte de todas esas cadenas rutinarias y empezar a vivir el aquí y ahora. Tuve que decidir alimentarme sólo de crudos para tomar conciencia de mi gran materialismo a pesar de creer que había roto con él. Tuve que decidir intentar alimentarme de prana para redescubrir que ya sí que no tenía porqué pisar una tienda para comprar algo y, entonces, conectar con mis dependencias y sentir cierta ansiedad por esos hábitos a los que quería renunciar...

Dentro de nosotros se halla el conocimiento supremo. Nacemos con él y, desde el mismo instante de la concepción, nuestros padres, la sociedad, la cultura, la educación y el mundo que nos rodea parece que sólo tuviesen como misión crearnos inseguridad y desconfianza, apartarnos de nuestra esencia y sabiduría interior, ayudarnos a dejar de confiar en nosotros mismos y en nuestros instintos... No me extraña nada que exista tanta depresión, apatía, dualidad. Incongruencias e inconsecuencias. ¿Cómo romper con todo ello? Pues nada más difícil y simple a la vez. Cada vez que hacemos una pequeña toma de conciencia, algo en nosotros cambia, un eslabón de esa gruesa cadena se ha roto... A mí me vienen muy bien una serie de ejercicios o actitudes que quiero comentaros:

Dedicar un tiempo a parar el cuerpo, la mente, la emoción y el espíritu meditando.Plantearme y esforzarme por realizar un acto rutinario con conciencia hasta que lo consiga el cien por cien de las veces y luego añadir otro acto. Por ejemplo, cada vez que voy a abrir una puerta me digo: “Ahora abro esta puerta con todos mis sentidos presentes” e intento sentir todo mi cuerpo. Al principio se me olvida hacerlo muchas veces y luego cada vez menos hasta que consigo vencerlo y añado otra cosa como aquella en que me planteo decirme mentalmente cada día, ante la primera mirada a los ojos de mi hija nada más despertarse: “te mando todo mi amor y deseo de enseñarte lo mejor de mí y potenciar toda tu sabiduría”, así como ejercicios – juegos de otro tipo como ponerme desnuda bajo la lluvia e intentar sentir todas las gotas que rocen mi piel.Seleccionar lo que leo. Ya no me vale cualquier cosa pues todo, absolutamente todo lo que leo, tiene influencias sobre mi persona. Todo se queda grabado y luego mi subconsciente actúa acorde a esto.Seleccionar los actos que hago y la gente con la que me codeo. Cualquier acto, cualquier pensamiento por superfluo e inocuo que parezca, tiene inmensas consecuencias. Todo es sumamente importante.
Como no puedo cambiarme entera de la noche a la mañana y me siento aún demasiado arraigada a algunas cosas, intento cambiar y–o anular aquellas menudeces aparentemente insignificantes. A partir de allí, mi energía crece así como mi conciencia, cambiando mi punto de mira y resultándome, entonces, más fácil cambiar otro aspecto y así sucesivamente.

Este capítulo aunque corto, lo he querido poner a parte como un llamamiento a la importancia de la conciencia. Nosotros somos los únicos responsables de todo lo que pensamos, sentimos y nos ocurre. Intentemos ponérselo fácil a los demás y, en especial, a nuestros hijos, transmitiéndoles optimismo, amor, libertad y confianza en sí mismos, evitando castrarles en todo lo posible. No nos olvidemos, ellos saben exactamente lo mismo que nosotros, tan sólo tenemos que permitirnos escucharlos y escuchar nuestro interior. Desde este pensamiento, no sólo nos beneficiaremos nosotros y nuestros hijos, también la sociedad y el planeta Tierra pues la soberbia, prepotencia, racismo y egocentrismo no han lugar aquí. Tan sólo el amor, la comprensión, la complicidad y la entrega mutua son admitidos.