Capítulo 6 , Parte VI de “El Sueño de Anami” (Incompleto)
(…)
Una vez ya estuvieron en el sitio, observaron a Uma señalando un lugar muy difícil de ver por el exceso de luz que en él había. Era como si todos los “espejos” de la sala concluyesen sus rayos a ese misterioso y cegador rincón.
Con los ojos entrecerrados para intentar poder vislumbrar algo, los tres lograron entrever una silueta dentro de la luz.
- ¡El libro! ¡El libro! ¡Existe! ¡Está aquí! ¡Lo hemos encontrado! —Gritó Iunde eufórica mientras saltaba y abrazaba al resto de los presentes—
Ante ellos, en un peculiar rincón de la sala, medio incrustado en la pared y rodeado de columnas, estalactitas y estalagmitas súper reflectantes, se hallaba el gran libro cerrado e intacto pese al paso de los siglos y la humedad del lugar.
Anami, sin decir nada, como hipnotizada por la luz que rebosaba el misterioso y enigmático Libro de los Tiempos Pasados hasta la Eternidad, se dirigió en silencio hacia él con paso muy pausado. Iunde y Uma quisieron seguirla pero Juga reaccionó rápido parándolas con los brazos. Temía por la vida de todos ellos.
En cuanto Anami llegó al libro, con el corazón lleno de alegría e ilusión, lo acarició como si del más sensible amante se tratase. Lo abrió y… se quedó paralizada. Nada de ella se movió más.
La familia Vesga se asustó por el hecho y la llamaron varias veces:
- Anami, Anami… Anami, Anami…
Observaban cómo numerosos rayos entraban por la parte superior de la cabeza de Anami sin que ésta se moviese ni cayese al suelo mientras su cuerpo se iluminaba intensamente como si de una bombilla de alto voltaje se tratase ¿Estaría muerta? ¿Se estaría electrocutando?
Juga e Iunde decidieron ir hacia ella con la esperanza de pegarla una patada seca de tal modo que la separase del contacto con el libro y así poder evitar el paso de tanta electricidad que la calcinaría seguro. Dijeron a su hija que esperase donde estaba y fueron hacia Anami medio corriendo tan sólo para chocarse duramente con una especie de escudo energético protector que impedía que ellos se arrimasen a más de veinticinco metros de ella. Le golpearon, lo recorrieron a lo largo y chillaron a grito pelado pero el resultado siempre fue el mismo: hacerse daño a sí mismos y ninguna reacción por parte de Anami. Uma se acercó a ellos e intentó pasar el escudo pero sus resultados fueron iguales que los de sus padres.
Los tres, con las manos y sus narices adheridas sobre la pantalla energética como si del escaparate de una tienda de juguetes de Navidad se tratase, se limitaron a observar a Anami y a esperar a ver cómo se desarrollaba el asunto.
Por su lado Anami vivía una situación muy diferente, completamente ajena a sus amigos y a todo lo que la estaba aconteciendo.
Ella, cuando se acercó al libro, sintió una belleza y un amor infinitos. Lo acarició no con pasión o codicia sino con dulzura y paciencia, saboreando cada segundo que vivía como si fuese el único de toda su existencia. Se sentía dentro de una bola de luz blanca y cegadora. Empezó a oír una grandiosa música orquestal, rítmica y conformada por multitud de instrumentos. Era como circular y venía de por encima de ella para bajar a envolverla por completo y fusionarse con su ser. Toda ella y toda la sala se volvieron música. No había diferencia, no había separación.
Anami, como música, penetró en el libro y entonces en cuestión de segundos y de toda una eternidad, observó ante sí la creación del planeta en que vivía, así como el comienzo de la vida en él y toda su evolución hasta los tiempos futuros. Vio formas y razas muy extrañas y exóticas. También vio lugares muy variopintos con civilizaciones y culturas muy diferentes. Vio guerras y vio armonías. Vio llantos y vio alegrías. Continuó navegando hasta que se encontró en el espacio. Se hallaba como dentro de una cabina de una nave espacial observando las estrellas, nebulosas, cometas, asteroides, planetas, galaxias y demás. Todo le resultaba de una belleza increíble. Se sentía navegar, flotar en medio de la nada y de todo.
De repente, detrás de ella y a su derecha, apareció Orwel por sorpresa. Llevaba una pistola pequeña de color aluminio en la mano. Anami no tuvo tiempo de temer ni de racionalizar, sólo observaba y fluía.
Aunque Orwel se encontraba bastante detrás de ella, Anami podía verle y sentirle por completo pues su vista alcanzaba todo, no sólo el ángulo de visión que sus ojos físicos podrían ver en caso de ser usados.
Raudamente y sin decir nada, Orwel apuntó al frente, al centro del cristal de la cabina y disparó. En el momento en que el proyectil entró en contacto con el cristal atravesándolo, rajó todo él y provocó justo al otro lado ya fuera de la cabina, una gran explosión de luz ovalada, blanca en su amplio centro y amarilla, anaranjada y rojiza según iba siendo más extrarradio. Anami fue absorbida por la luz y todo su derredor, la cabina, el cristal e incluso Orwel desaparecieron para dejar de existir incluso ella misma, estando ahora en unidad con la luz.