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Cuento Naturista: Amanda y el Sol

SINOPSIS: La existencia de Amanda era una existencia común hasta que un día le habló el sol y comunicó sus secretos. Desde entonces, su vida se llenó de color y salud.

AMANDA Y EL SOL

“Cuentos Naturistas para Niños y Adultos” Por Nuria Aragón Castro (Mandala Ediciones, S.A.)

Aparentemente hoy era un día más para Amanda. Un día lleno de color y vida pero esta vez, los rayos de sol iban a depararla bellas sorpresas.

- Uhmm. ¡Qué leche más rica mamá! Le decía a su madre mientras desayunaba.

- Trae que te la caliente en el microondas. -Le contestó esta cálidamente mientras introducía el vaso en el artefacto-

Una vez hubo acabado su leche con galletas, Amanda salió al campo cercano a por zarzamoras. Todos los años, a fines del verano, disfrutaba de ese pequeño fruto silvestre tan solicitado por los diversos animalillos del bosque.

En un momento dado sintió cómo las ramas bajas del zarzal se movían. Salió de él una liebre que se apalancó ante ella, moviendo sus bigotes con mirada despierta y orejas estiradas. Era como si la estuviese evaluando, leyendo en su alma. La liebre sintió miedo y se escabulló entre las ramas espinosas. Amanda no comprendió nada. Le gustaba el animal y habría deseado poderlo coger en sus brazos y llevárselo a casa para cuidarlo. ¿Por qué rehuía de ella?

Con tales pensamientos reanudó su labor recolectora hasta que surgió una culebra. Era una culebra de escalera, grande y gorda. Inofensiva. La niña se tensó sintiendo repulsa y rápidamente cogió un gran canto del suelo estando dispuesta a aplastarla en caso de encontrarla a tiro. Mientras la observaba, sentía cierto hormigueo en la parte frontal del cerebro, un poco más arriba del entrecejo. Se sintió extraña, como si la culebra estuviese leyendo sus pensamientos. Sin apenas poder percibir cómo, la culebra se dio media vuelta y escabulló entre los matojos. Una vez hubo podido salir de su gran asombro paralizante, continuó cogiendo moras, aquellas más negras y blanditas, maduras e ideales para comer.

Intentando alcanzar unas más internas observó un nido de pequeñas aves. Había diminutas plumas esparcidas en él, resto de unos polluelos que ya echaron a volar. Se sintió observada y girando sobre sí alzó la cabeza para poder divisar un gran regalo ante sus ojos: Una bella y frágil ave revoloteaba sobre sí, atenta a sus quehaceres. A Amanda le habría gustado que el pájaro se posase sobre su manita extendida para poder observarla mejor y hablarla. No pudo comprender por qué ésta rehusó, porqué no quiso acoger su amistad. Porqué la temían. Decidió recoger con sumo cuidado el nido y llevárselo a casa. Era tan bonito... Sería una reliquia más para su poblada estantería.

De vuelta al hogar otro animal se interpuso en su camino. Esta vez era un pequeño y solitario ternero de apenas unos días de vida. Como no vislumbraba a su madre por ningún sitio, se compadeció de él y lo llevó a su casa. Una vez en ella, mostrole a su madre los tesoros traídos: las frescas moras, el laborioso nido y el tierno ternero.

Urgía alimentar al animal por lo que fueron a casa del vecino a pedirle un poco de leche de sus vacas. La calentaron en el microondas y se la dieron con un biberón. El ternero buscaba ávidamente la tetilla pero, cuando probaba la leche, instintivamente la rechazaba. Así sucedía una, otra y otra vez hasta que Amanda ganó la batalla, ingiriendo todo el biberón el ternero.

Al cabo de dos semanas, tras tomar sólo leche de vaca calentada en el microondas, el ternero enfermó. Amanda se asustó mucho y llamó raudamente al veterinario. Cuando observó a Rayo (pues así se llamaba el ternero), vio que padecía de desnutrición. Dijo a Amanda que el problema era que no le había dado alimento a su amiguito animal. La niña lo desmintió comentando sus continuas ingestas de leche calentada en el microondas.

- ¡Claro! ¡Eso es lo que le ocurre! -Contestó el veterinario- Es cierto que actualmente Rayo necesita leche de vaca como único alimento pues es un ternero, pero leche viva, no muerta. Cuando calientas la leche, la matas destruyendo muchas de sus células y entonces ya no sirve. La Energía Vital del ternero se está perdiendo en conseguir eliminar de su cuerpo lo antes posible dicho alimento dañino. Anda, ve al vecino y pídele que te preste su vaca un momento.

Amanda corrió al encuentro del señor Juárez llena de súplicas para ayudar a su buen querido Rayo.

En cuanto el ternero olió los dulces pezones de la vaca, sacó fuerzas de donde pudo y se levantó, poniéndose a mamar ávidamente. ¡Con qué energía succionaba de su madre lechal! En dos días se repuso completamente.

Amanda no volvió a darle nunca más leche calentada en el microondas, sino alimento vivo, leche obtenida directamente de sus congéneres.

Todo lo acontecido en los últimos días la instó mucho a reflexionar. ¿Qué quería decir eso de alimento vivo y alimento muerto? Si el microondas mataba la leche de la vaca dañando al ternero, ¿No ocurriría lo mismo con la que ella ingería cada mañana? Empezó a tener dudas de todo aquello que creía que la hacía bien y a observarse. Comenzó a plantearse si todas aquellas alergias, constipados, otitis y continuos mocos que solían tener a lo largo del año no fuesen también una consecuencia de todo esto. Su corazón se sentía tremendamente azorado por lo que salió al jardín y, mirando al sol le hizo partícipe de todas sus dudas:

- Por favor Sol, si la leche de vaca me hace daño, si calentar alimentos en el microondas me enferma, ¿Qué he de comer entonces?

- Mira a tu alrededor. ¿Qué ves? Todo el bosque se encuentra lleno de preciosas florecillas, frutas y frutos así como de diversas semillas y hojas sabrosas para tu paladar. Ellos son seres vivos a los que adorar. Recógelos con respeto y adoración mientras con humildad, les pides que te transmitan su sabiduría milenaria. Ingiriendo sólo aquello que la Naturaleza te ofrece y tú misma te puedes procurar, nunca enfermarás. El alimento te transmitirá su conocimiento y los animales te amarán.

Con estas palabras el radiante sol calmó la inquietud de Amanda. No pudo comprender de dónde había surgido la voz. Sabía que era el sol quien la había hablado. Sabía que las palabras provenían del exterior pero no las escuchó a través de los oídos como estaba acostumbrada, sino directamente en su interior, en la zona correspondiente a la coronilla, la parte más elevada de la cabeza.

Con gran dulzura y amor, Amanda empezó a divisar multitud de alimentos diversos donde antes no veía absolutamente nada comestible. Los aromas y las bellezas de éstos la embriagaron y, cada vez que mordisqueaba o se introducía un fruto en la boca, lo mantenía bastante rato en ésta mientras le hablaba con amor dándole las gracias por existir y hallarse a su alcance. Sentía cómo una cálida luz se introducía por su boca alumbrando todo su interior. Se sentía plena, dichosa, feliz.

Dirigiose al hogar familiar con una serenidad tal que su madre salió a su paso sorprendida ante la profundidad y la paz que emanaban los ojos de su hija. Amanda le comentó todo lo sucedido y, desde entonces, la mesa de la comida cambió en sus ingredientes para siempre. Dicho está de paso que nunca más volvieron a enfermar ninguno de los componentes de la familia, ni tan siquiera con un simple constipado. Ya nunca más volvió a dolerle la tripa a Amanda ni a tener una caries. Se sentía ligera y libre. Tierna y amorosa.

Un día, paseando, se halló de nuevo ante el zarzal al que meses antes había recogido sus frutos y sentose ante él, observándole.

Ante su asombro, pudo ver cómo una liebre brincaba alegre alrededor de ella instándola a jugar mientras una culebra de escalera se acurrucaba entre sus piernas haciéndole cosquillas e instándola a reír. A los pocos minutos, un lindo pájaro se posó sobre su hombro izquierdo alegrándola la mañana con su dulce trinar.

El árbol sobre el que estaba recostada sería desde entonces su casa de juegos. A partir de ese día, todas las semanas acudía feliz a su cita para jugar con sus nuevos amigos. Y colorín colorado, este cuento, se ha acabado.

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