"Mis Amigos los Árboles"  (fragmento)

Siempre me ha gustado mucho eso de ir con mi padre a la Venta la Rubia a volar aviones. Recuerdo con suma añoranza el constante ronroneo de los pequeños motorcitos de gasolina como si de abejorros se tratase. Ya cuando los veía me planteaba: “¿Y si me convirtiese en una mosca y pilotase uno de ellos?”. Por eso cuando fui una adolescente emancipada no descarté la posibilidad de volar, sentir el aire, el vacío bajo mis pies... Me daba igual el cómo pero necesitaba cambiar la panorámica de mi visión. Podía ser en paracaídas, parapente, ala delta, aeroplano o ultraligero pero quería volar. Tuve la posibilidad de hacerlo en parapente y poco a poco los días en que hice uso de él fueron aumentando. ¡Esto sí que era divertido! Además, con parapente podía moverme en diversas direcciones, no tenía porqué ser en círculo como los aviones maqueta que hacía mi padre sujetados con una cuerda.

Un día de esos en que me iba a volar con el parapente buscando ligereza en mi cuerpo y relax en mi espíritu, buscando olvidarme de los problemas económicos, materiales y mundanos para poder tocar el cielo y con ello acercarme más a lo espiritual, un día de esos hallé en la cima de la montaña desde la que me solía tirar, un globo abandonado. ¡Sí, un globo! Ay, ¡Cuántas dudas tuve! “¿Qué hacer? ¿Me subo a él? ¿Y si está roto? Yo no sé manejarlo pero no tiene que ser muy difícil”. Me decía una y otra vez hasta que al final me animé. Miré a los lados y me subí a él. ¡Si pudiera expresar la tremenda alegría que mi corazón sintió...! Volar en globo era muy, muy diferente a volar en parapente ¡Y me encantó!

Tras esos primeros ratos en que me preocupé de aprender a manejarlo, vinieron otros de tremendo disfrute. Nunca había visto un cielo tan bello como el día aquel. ¡Ésta vez sí que estaban bonitas las nubes! Reflexionando sobre ello, tomé conciencia de que lo que en realidad me sucedía era que estaba plenamente feliz. Cuando te sientes plena, en unión y armonía con la Naturaleza, todo te parece mucho más bello, intenso y único, por ello, a raíz de esa experiencia tan bonita, decidí no volver a tener pensamientos tristes y empezar a preocuparme más por mi relación para con la Naturaleza y entonces lo vi, vi un mundo desolado, sucio y desértico. ¡No me lo podía creer! ¿Eso era la Tierra? No, no puede ser. ¡En la Tierra hay muchos, muchísimos árboles y plantas! El jardín de mi casa está lleno, la huerta de Pedro también, las montañas a las que solía ir a andar los fines de semana, también. ¡Todo estaba lleno de árboles! Bueno, todo no, existían los pueblos y las ciudades con algunos árboles heroicos por las calles preocupados por intentar anular mínimamente la contaminación del ambiente para que podamos sobrevivir así como algún que otro parque disperso por ahí. También estaban los valles con sus cultivos, huertas y ganadería y las altas montañas con sus impresionantes y fascinantes piedras pero el resto... ¡El resto eran zonas de tierra llenas de árboles! O eso me parecía a mí hasta que cambié mi visión, hasta que me convertí en un verdadero pájaro como aquel día. Entonces descubrí que no era así, que realmente los lugares con árboles eran muy poquitos, diminutas manchas verdes en un mar terroso. ¡Vaya sorpresa! Pero no os preocupéis amigos, no me dejé invadir por la tristeza sino que me llené de energía ¡Tenía un plan! Una vez hube aterrizado y vuelto a Tierra, me dirigí lo más veloz posible a casa a realizar mi plan: Reforestaría diversas zonas de terreno y hablaría y ayudaría a mis amigos para que hiciesen lo mismo.