El Sueño de Anami - muestra de lectura 3
Capítulo 6, Parte II: "La Familia Vesga"
Anami se encontraba en la casa donde se había criado con su padre y su loca y deforme hermana gemela Mani. Estaba todavía en la cama. Ya era por la mañana y como había sido habitual casi siempre en su vida, se levantó para ir al baño y orinar. Se sentó en la abierta taza del inodoro y orinó con gran sensación de alivio y placer por liberar sentada la orina contenida.
Una muy agradable sensación de calor húmedo recorrió las frías y entumecidas piernas de Anami, extendiéndose poco a poco a lo largo de ellas y de más zonas de su cuerpo, hasta que ese agradable calorcillo se fue convirtiendo en un frío gélido.
- ¿Qué es esto? ¿Qué ocurre? —Pensó—
Anami abrió sus ojos y entonces se dio cuenta de la realidad: ¡Se había orinado encima! Y dada la postura de acurrucada que tenía, el charco de pis había empapado no sólo la falda de su vestido sino también la parte superior, las mangas, su pelo, su cara y parte de la manta con que se había cubierto.
El frío producto de haber mantenido puestas largamente unas ropas húmedas dado el charco de orín, le había llegado hasta los huesos...
Anami, sin moverse apenas, levantó ligeramente un extremo de la manta para poder mirar y averiguar si el buitre leonado seguía ahí fuera. Miró allá donde había estado antes de dormirse y no le vio. Intentó buscarle en lo máximo que podía alcanzar su campo de visión y tampoco le localizó. Despacito y con algo de precaución, levantó su manta y se puso de pie para irse del lugar inmediatamente cuando en ese instante oyó un suave y bajito chillido del buitre leonado. Miró raudamente en dirección hacia donde había provenido el sonido y ahí estaba el buitre, a tan sólo tres metros de ella. No le había podido ver antes porque se encontraba en la parte trasera, fuera de su campo de visión. El ave se mantenía inmutable mirándola fijamente. El buitre repitió muy bajito su tono dos veces más. A Anami le daba la impresión de que se estaba riendo, sonriendo de ella y cayó desplomada al suelo muy desmoralizada y casi llorando. Estaba cansada, con hambre, sed y más sueño. Tenía muchísimo frío y las heridas le dolían bastante, irritadas más aún por el amoniaco del orín. Para colmo, se sentía sumamente humillada ¡Cuánto le habría gustado que por lo menos este buitre fuese como los cóndores u otras especies de su familia no teniendo voz debido a la ausencia de siringe, el órgano de fonación!
- Está bien. Me rindo. Tú ganas —Acabó por decir al ave en un tono de voz apenas audible—
Como si hubiese sabido lo que ella le había dicho, el ave se alzó suavemente y comenzó a volar en dirección contraria al poblado que Anami había visto poco antes de dormirse, estando siempre muy atento para que Anami le siguiese. Tras dos horas de caminar, llegaron a un osario. A Anami le daba escalofríos el lugar. Olía a huevo podrido y apenas se veían las columnas rocosas hexagonales de basalto que estaba pisando, crujiendo y rompiéndose muchas veces los huesos al pasar. Anami parecía una señorita de la corte de los tiempos antiguos paseándose por un salón de baile en busca de un noble rico con título al que enamorar: Andaba prácticamente de puntillas mientras con sus dos manos se sujetaba la falda del vestido elevándola ligeramente para no tropezarse, no queriendo dar la posibilidad a que algún sucio hueso se enganchase en ella o se impregnase de más mal olor del que ya tenía.
Llegaron a una solitaria casa situada a las afueras de la osamenta. Si no llega a ser porque había alguien sentado esperándoles fuera, al lado de la negruzca puerta, Anami ni se habría dado cuenta de que estaba pasando por delante de una casa. Tanto a su izquierda como a su derecha, delante, detrás y bajo sus pies, tenía numerosas columnas de basalto hexagonales y de diversas longitudes y grosores. La casa se encontraba a la izquierda. Era una columna igual a todas las demás con una altitud de unos diez metros, como casi todas las columnas que había a ese lateral en ese exacto lugar, con la diferencia de que esta columna la habían ahuecado dentro. No tenía ventanas y la puerta de color gris negruzco tendría unos sesenta centímetros de alto por otros sesenta de ancho. Se encontraba situada a veinte centímetros del suelo.
A la derecha de la puerta, sentado con las piernas cruzadas en forma de loto, se hallaba un Vesga con el cuerpo cubierto por un pequeño poncho de lana morada con dibujos de pájaros y hojas fucsias bordados en él. Vesga es el nombre con el que se hacen llamar la tribu de los habitantes de Palún y poseen una forma física igual a la que tiene ahora Anami con su color corpóreo naranja suave, sus alitas a la espalda y a los pies, sus pequeñas orejas y su pelo castaño y ondulado a la altura de los omóplatos que suelen llevar en una o múltiples coletas diversas tanto ellas como ellos. Poseen una constitución corpórea atlética, delgada, fina y estilizada, una estatura de metro treinta y una colorida e informal ropa siempre acompañada de botas que protegen a sus pies de la temperatura que alcanzan las piedras según la estación del año y de los posibles cortes provocados con los cantos de basalto y los pinchos de las plantas bajas y medias.
Anami quiso observar a la figura sentada a la derecha de la puerta pero ésta tenía la cabeza gacha y al tener el poncho puesto, Anami no pudo distinguir la edad ni el sexo de dicha.
Sin molestarse en levantar la mirada, la figura hizo un gesto con la cabeza indicando a Anami que pasase adentro de la casa. Por si acaso no lo había comprendido bien o simplemente para animarla a hacerlo más rápido o por jugar, el buitre leonado la dio un picotazo más en la nalga ya dañada a lo que respondió el personaje sentado con una gran carcajada y Anami con unas ganas increíbles de querer llorar que consiguió dominar pero no disimular.
Anami empujó hacia dentro la puerta y se quedó boquiabierta de su interior. Esperaba encontrarse en un sitio lúgubre y despiadado, lleno de huesos y seres diversos disecados, oscuro y mal oliente. En vez de eso, con lo que se encontró fue con un hogar muy limpio, cuidado y aromático. La puerta era una especie de pequeño túnel como el que se pasa cuando quieres entrar dentro de las murallas de un castillo pero mucho más angosto. De hecho, Anami lo cruzó a cuatro patas. Entonces, llegó a una amplia sala llena de plantas y arbustos con frutos comestibles muy extraños para Anami, ya que parecían tener e irradiar una luz verdosa propia, sobre todo en la base y en las hojas. En el centro, había un pequeño estanque con diminutas cascadas hechas con diminutas columnas hexagonales de basalto creando diversos remolinos. Una pequeña e insonora bomba motor movía el agua hacia arriba por una pequeña tubería de piedra hueca. Otra canalización traía el agua proveniente de la lluvia del exterior hacia el estanque pasando antes por numerosos filtrados. El interior del estanque se encontraba ligeramente iluminado.
Una inmensa escalera de caracol subía en forma de espiral a lo largo de todas las altísimas paredes de la sala, rodeándola y estando fija a ella conformando un sólo cuerpo. Cada peldaño estaba formado por una nueva y fina columna hexagonal de basalto que partía de la base de la casa. La escalera llevaba a diversos arcos que te adentraban en pequeñas estancias diferenciadas a modo de habitaciones.
Un muy agradable y dulce aroma a lavanda y a limón daban una impresión muy relajante y limpia a todo el que penetrase en el lugar.
Lo que más le sorprendió a Anami fue lo iluminado que estaba el sitio. Buscó la fuente de iluminación y no la encontró. Sólo veía una gran masa muy luminosa de color amarillento en el techo como si todo él fuese una bombilla plana de alto voltaje. Su luz era ligeramente intermitente con un ritmo de intermitencia fijo y periódico. Pero en los segundos en que la gran masa del techo no emitía esa luz amarilla, la oscuridad no reinaba en el lugar ya que una muy suave luz verdosa irradiada desde todas las plantas que ocupaban casi la totalidad de la base del salón principal y algunos diminutos huecos en las paredes, daban una luz ambiental que te permitía moverte por todo el lugar sin ningún problema.
Anami buscó aparatos electrónicos y no los encontró. Parecía como si hubiese retrocedido en el tiempo a una época anterior a la industrialización.
- ¿Cómo podrán generar pues esa luz? —Se preguntó mientras la miraba intentando sonsacar su misterio—
- Ven, sube. Lo primero que vas a hacer va a ser pegarte un baño y quitarte esas ropas apestosas y sucísimas o vas a acabar estropeándome mi casa y eso no lo admito —Oyó Anami que la decían con gran autoridad desde algún lugar en lo alto de la casa—
Anami miró para arriba y observó a una anciana y algo encogida Vesga de unos ochenta años que la estaba haciendo gestos con la mano invitándola de este modo a entrar en la tercera estancia subiendo por la especie de escalera de caracol que rodeaba las paredes de la sala.
Algo insegura, muy despacio, agarrándose en un gurruño a la altura del vientre toda la falda y pegándose muchísimo a la pared ya que la escalera no tenía barandillas, Anami se dirigió temerosamente hacia la que suponía sería su anfitriona.
Una vez ya arriba, quiso hacerla varias preguntas pero nada más fue intuido por la anciana Vesga, ésta hizo un gesto con la mano en la boca pidiéndola que se callase y no preguntase, no dando opción alguna.
- El baño está aquí dentro. Hemos echado en el agua aceites esenciales de romero para desinfectarte las heridas. En el baño encontrarás también ropa limpia y unas botas que creo te valdrán. Pertenecían a mi nuera. Lo que llevas puesto mételo en un cesto de esparto que te he dejado al pie de la ropa limpia, más tarde la quemaré. Tienes para bañarte, relajarte y estar sola como máximo cuatro horas. Para entonces, baja a la primera estancia según se sube por la escalera. Allí te tendremos preparado algo de comida y de bebida. Después, ya podrás hacer preguntas y sobre todo, escuchar lo que tienes que escuchar —Expresó la anciana mientras salía de la estancia sin dar posibilidad de conversación—