La primera vez que estuve en Nüremberg, Alemania, en un congreso de alimentación cruda al que fui invitada como conferenciante, pude darme cuenta con mayor claridad de una cosa que quiero exponeros ahora:

Mi ponencia ese año comenzaba a las 17:00 horas por lo que tuve durante toda la mañana y el comienzo de la tarde oportunidad de escuchar a otros conferenciantes ayudada por una traductora que habían puesto a mi disposición y me resumía los datos o las ideas principales de cada charla. Lo cierto es que me resultó graciosísimo. Aunque he ido a distintos congresos como ponente y nunca como oyente quitando a uno hará unos ocho años que la Liga para la Libertad de Vacunación dio en BioCultura de Madrid, nunca me había ofrecido a mí misma la posibilidad de escuchar tantas charlas seguidas sobre un tema común. En este caso, la de la alimentación cruda. Pues bien, digo que me resultó muy gracioso porque cada uno decía una cosa diferente y muchas veces opuesta al conferenciante anterior, sobre lo que se debía de comer o no, sobre el camino a seguir para la salud. “¡Dios mío!, ¡Cada uno decimos una cosa diferente! ¡Les vamos a volver locos!” Fue lo que le comenté a la traductora…

Cuando tocó mi turno, aunque no recuerdo las palabras exactas, fue algo así lo primero que dije: “Escuchando las diversas ponencias, veo que cada uno os decimos una pauta conveniente que deberíais seguir, eliminando o rechazando, negando, las otras. Pues bien, yo os voy a decir sólo una cosa: no nos hagáis caso a ninguno. Por cada teoría a favor de una cosa, encuentras otra en contra. Tan sólo os voy a decir que os esforcéis por observaros y escucharos, por ser fieles a vosotros mismos haciendo tan sólo aquello que vuestro instinto o intuición os diga, no los demás. No nos hagáis caso a ninguno, tan sólo a vosotros mismos. Ahora, después de este pequeño anexo, quiero contaros una historia, mi historia. No para que la copiéis o sigáis, sino para que os sirva de reflexión y acojáis sólo aquello con lo que os identifiquéis, dándoos energía”.

Esta pequeña anécdota he querido comentarla porque también en el tema educación –al igual que en todas las demás facetas de la vida y la no vida- ocurre algo similar. Me gustaría os aplicaseis las mismas palabras. Se podría decir que éste es también el sistema educativo que sigo con mis hijos. No un dogma o una teoría en concreto, sino mi instinto y éste me dice que no existen teorías válidas de peso y por lo tanto, lo más importante de transmitir a mis pupilos no son unos conceptos teóricos concretos, sino una actitud ante la vida y ante sí mismos, un creer en sí mismos, en el amor, en el universo, en la energía, en la luz, en la divinidad tanto interna como externa... Un permitirse ser. Lo demás son falsas realidades que conforman un sueño donde a veces nos sumergimos tanto que perdemos la consciencia o nos olvidamos de lo que verdaderamente hay detrás, de lo que verdaderamente somos o por lo que hemos venido aquí. Ése es mi mensaje para con ellos.

Hay una historia sufí de Nasrudín que me fascina y expresa un poco todo esto. En ella, va el sabio al pueblo vecino andando mientras su hijo le acompañaba subido al burro. Un aldeano les vio y criticó a su hijo por no permitir que fuese su padre más mayor en edad, el que fuese subido al burro. Entonces, el hijo se bajó y subió Nasrudín. Se encontraron con otro aldeano y éste le criticó a él por permitir que su hijo caminase con ese calor. Decidieron subirse los dos al burro hasta que se encontraron con otro hombre que les criticó por “explotar” tanto al burro. Desmontaron los dos y decidieron caminar detrás del burro para cruzarse con otra persona que los criticó por no ir montado ninguno de los dos. “¿Ves?, dijo Nasrudín a su hijo. Cada uno dice algo diferente. En este mundo no se puede dar gusto a nadie, tampoco se puede uno salvar de la crítica. Lo mejor es seguir fiel a tu propia voluntad”.

Bien, eso mismo es lo que os aconsejo: que seáis fieles a vuestra propia voluntad. Con este libro lo que pretendo es abrir una puerta en vuestro interior a otro enfoque de educación, a otro modo de ver y sentir las cosas diferente a esta sociedad tal y como está estructurada…

El tema del lenguaje es un asunto difícil de tratar, más aún cuando tengo mucho por decir y nada a la vez. Deseo expresar, gritar a los cuatro vientos todos esos sentimientos y esos conocimientos que anidan en mi interior pero cuando abro la boca o cojo el bolígrafo, ni una sola palabra sale. Es tan grandioso todo lo que hay dentro de nosotros… Entonces me planteo sacar, expresar algo menos profundo y descubro que ninguna palabra es la correcta, que todas o casi todas son incompletas. ¿Cómo actuar entonces? Pues busco subsistir desde esos pocos recursos que se me ocurren a cada momento, y aquí, en este aspecto, me encuentro también con el conflicto de lo masculino y lo femenino. ¿Por qué sexo me decanto a la hora de expresarme? ¿Quizás mejor por la @ bisexual para denominar a nuestr@s niñ@s? Pero no, no me gusta… He tomado una decisión: Algunas veces hablaré en femenino y otras en masculino, siempre aleatoriamente y según me surja.

¡UFF! Por fin, tras mi pequeño conflicto lingüístico, puedo empezar a hacer ejercicio con las manos y la lengua. ¡Comienza la maratón!