Cuando pasan los años, tienes hijos y estos crecen. Poco a poco vas identificándote más y más con tus padres, con los diversos sentimientos que pudieron tener a lo largo de tu crianza, infancia, adolescencia, madurez… Pues, aunque nos decimos y escuchamos una y otra vez que todos somos iguales, que todos sentimos de modo similar, que todos nos regimos por patrones mentales similares, lo cierto es que poquísimas veces lo tenemos en cuenta en el día a día, hasta que llega la frustración. Sí, la frustración ya que ésta es inevitable.
Tarde o temprano todos sentimos una, dos, tres, mil, diez mil, infinidad de veces, decepción, frustración e impotencia y es en esos momentos en que nuestra propia mente y nuestro propio ego nos acorrala llegando a un punto en que la ira, el quemazón o el dolor interno apenas es insoportable. Es entonces cuando comenzamos a tener en cuenta a los demás, a observar y reflexionar con una mente y una mirada más abierta.
Es a partir de esos momentos cuando nos atrevemos a ponernos en la piel de los demás para pensar cómo pueden sentirse ellos, qué es lo que hacen, por qué actúan así, por qué se comportaron antes o en su día de tal o cual modo.
Es algo que suele ocurrir mucho con la pareja y, muy especialmente, con nuestros padres.
Ahora comenzamos a entender la posible frustración que sintieron, su impotencia descontrolada, su ira soportada, sus dolores y decepciones… y, queriendo entender también a nuestros hijos, nos ponemos en su situación y recordamos y resentimos lo que sentimos, pensamos y deseamos cuando tuvimos sus edades y entonces, queremos satisfacerles en sus gustos, peticiones o deseos buscando con ello una alternativa a una situación conflictiva con una resolución más positiva y menos dolorosa que la que hubo en nuestra familia cuando éramos niños.
¿La consecuencia? Lo habitual es que tengamos unos padres con una relación muy cordial pero con una confianza comunicativa débil o tan sólo ligeramente profunda; unos hijos que actúan desde el ego y te manipulan a su voluntad y que nosotros seamos unos adultos centrados en el trabajo y en las responsabilidades familiares que intentamos sobrevivir en un mundo competitivo, exigente y materialista, paliando, cubriendo o escondiendo nuestra frustración y nuestros sueños no alcanzados en continuas actividades que nos mantengan la atención en la acción y en lo externo, no en nuestros propios sentimientos más profundos y abandonados.
¿La solución? Prácticamente la misma que nos han dicho nuestros padres casi siempre cuando éramos jóvenes, lo que hemos leído en multitud de sitios, lo que nos dice casi todo el mundo y prácticamente nadie lo practica en el día a día: Aprender a actuar con neutralidad o “mirada fría” no identificando a nuestros hijos con cómo nosotros sentimos o pensamos pues en su día sentimos y pensamos desde el ego, con una consciencia inmadura de niño o adolescente; Sopesar seriamente lo que nuestros padres nos dijeron; Arrimarnos a ellos abiertamente y con agradecimiento independientemente de cómo de abiertos ellos estén, aceptando las consecuencias de nuestros actos pasados dándoles a ellos la posibilidad de que actúen como decidan actuar y, sobre todo, aprendiendo a dominar nuestra mente una y otra vez no permitiéndola renegar de los demás ni de la sociedad, cosa que suele resultar más fácil de conseguir si no identificamos a los demás y sus actos con nuestra persona, con cómo somos, con cómo actuaríamos o pensaríamos en esa situación, con cuánto nos aman o dejan de amar… Sino como la resolución de sus propios pensamientos y sentimientos, de su nivel de consciencia, de sus conflictos y madurez internas.
Si aprendemos a ver la vida como que cuando algo nos duele o nos entristece es un presente de dicha para que no nos “durmamos” y aprendamos a mejorarnos como persona, todo cambiaría. No lo miremos como una crítica hacia nosotros sino que aprendamos a actuar desde dentro con una respuesta del tipo: “Ah, vale” Y actuemos después de un modo diferente a como hemos actuado hasta ahora probando esa otra nueva forma de actuar que la vida o alguien nos aconseja.
Aquello que nos beneficie, por ende, beneficiará también a nuestros hijos y su educación de un modo suave, natural y profundo.
Este post está dedicado a muchos amigos que esta semana se están sintiendo especialmente mal y a mi propia mente cuando quiere cerrarse y alejarse del sentimiento de amor por miedo al dolor ¡Cuando en realidad lo que produce el dolor es el recordar cómo nos hemos sentido antes en una situación similar, no el acto o la situación que nos traiga la vida!
Hasta el próximo.
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Este post fue escrito por mí el 1 Marzo 2012 para el blog de ALE (Asociación para la Libre Educación) y lo he copiado aquí exactamente igual. Pincha aquí si quieres ver el post original.